I Acabo de hacer un viaje que no pintó muy bien. La ciudad me trató medio mal, me perdí, me enfermé. Morí un par de veces y lloré otras cuantas, pero es que me dolían los ojos. Por la tarde del lunes las retinas hervían, también la garganta. Según Google, mi glotis se inflamó tanto que por eso no podía tragar con facilidad... o respirar. En el transcurso del día mejoré y fui a husmear por ahí.
En la cafetería de la estación, una dama me abordó a gritos, preguntando que a dónde iba, se quejó del café frío, y de la otra estación.
Pensé rápido en un método eficaz para librarme de ella, pero no funcionó, nada. Terminamos hablando mientras tomábamos chocolate y mascábamos panecillos un poco tiesos.
Me platicó que está enamorada de un ranchero, pero como es mucho más joven que ella, su amor no puede ser. Me dijo que yo me parecía mucho a su hija, y mostró una foto de la chica, donde desafortunadamente no vi ningún parecido. Después de dos horas de plática, entré en confianza y le platiqué el desastre del viaje, mis dudas existenciales, mis traumas infantiles, incluso le hablé de mi perro muerto y lloré un poco. Fue una plática abierta y bonita. En los días anteriores sólo había tenido oportunidad de tratar temas un poco menos interesantes (el diseño de mi bolso, los brazos de Michelle Obama, la funciones de mi teléfono anticuado) y me gustó el cambio.
Al final intercambiamos teléfonos y nos abrazamos como si yo fuera su hija y ella, mi perfumada y adorada madre.
Hola, Clarita.
II La hermana menor encontró a Emma abajo de un árbol. Claro que todavía no se llamaba Emma, ni de ninguna otra manera. No tenía comida ni grasa en el cuerpo. Cuando siente un poco de calor cierra los ojos, abre las manitas y succiona mi ropa. O la ropa de quien la abrace. Al despertar, siempre encuentro circulitos húmedos en mi camisa.
Emma mama la ropa mientras duerme.
Este miércoles, Lola la gata expulsó dos bolas de carne diminutas, una idéntica a ella, la otra idéntica al padre. Guarda sus nuevos tesoros en la profundidad del armario, y cada que alguien quiere verlos, los cubre con su cuerpo o comienza a hacer eso que hacen los gatos cuando se enojan. Adorable. Los bebés aún no abren los ojos, pero lloran y hacen unos ruiditos simpáticos.
Ayer llegó Clarita. Tiene dos meses y es la cosa más blanca y más bonita, la más. Muerde la nariz y los nudillos, también brinca como una cabra chiflada. Siento el entusiasmo inicial de las mascotas nuevas, me propongo quererlas, besarlas y abrazarlas hasta que me muera o amanezcan secas y duras en el borde de mi cama.