20.2.12

No tenía intención de escribir esto con tono de queja. Lo juro.


Me gusta ir a esa biblioteca porque el personal es rígido y sacan a los gritones, porque nunca hay dormidos en los sillones, porque todas las lámparas encienden y porque huele bonito. Además hay libros, muchos libros interesantes, razón suficiente, supongo. 

No me gusta que a veces escucho conversaciones que no me dejan leer tranquilamente. Conversaciones entre dos o más imbeciles petulantes que critican con fervor a los cristianos, a los que escriben con kas, zetas y cús, a los que escuchan norteña y a los que no leen ni la etiqueta de la pasta dental.

Quisiera, que fueran a quejarse a otro lugar… también quisiera proponerles que dejaran de ser taaan intensos. Atacan a las niñas facebuqueras que sustituyen letras por otras, olvidándose que es una moda de pubertos que seguramente se les pasará, olvidándose también que hace un par de años , antes de que se convirtieran en inclementes críticos de esos hábitos, ellos también escribían así, sólo que dejaron de hacerlo porque creen que acentuar y poner mayúsculas al inicio de la oración es de verdaderos intelectuales… y que los géneros musicales no tienen que gustarnos a la fuerza, si no te gusta, pues no lo escuchas. 
Y si no te gusta todo lo demás, o lo cambias o te mantienes al margen. Y ya.

Están otros casos, por supuesto. Cuando los religiosos tocan a las puertas los domingos y fastidian, cuando los vecinos están de humor festivo y me revientan los tímpanos con sus corridos, cuando la gente no valora el material impreso de las bibliotecas públicas y hacen garabatos de amor en las contraportadas…

Ojalá dejemos de creer que quejarnos es el método infalible para cambiar todo eso, y cuando dejemos de proclamar la tolerancia y mejor la practiquemos.  

Ojalá que todos pronto aprendamos a respetar el gusto, sueño y oído ajenos.

Ojalá, ojalá, ojalá.