22.2.12




(...) muchos de nosotros deseamos fervientemente una sacudida que nos saque de la rutina de nuestras vidas, que reviva aquella sensación de maravilla que recordamos de la infancia y también, en alguna de las historias, que nos permita ser capaces, real y verdaderamente, de creer... en alguien más viejo, más listo y más sabio que nos cuide. Está claro que a mucha gente no le basta la fe. Buscan evidencias, pruebas científicas. Anhelan el sello científico de aprobación, pero son incapaces de soportar los rigurosos estándares de pruebas que imparten credibilidad a ese sello. ¡Qué alivio sería la abolición de la duda por fuentes fidedignas! Así se nos liberaría de la fastidiosa tarea de cuidarnos a nosotros mismos. Nos preocupa —y con razón— lo que significa para el futuro humano que sólo podamos confiar en nosotros mismos.

En general, los científicos abren su mente cuando exploran nuevos mundos. Si supiéramos de antemano lo que íbamos a encontrar, no tendríamos necesidad de ir. Es posible, quizá hasta probable, que en misiones futuras a Marte o a los otros mundos fascinantes de los parajes cósmicos tengamos sorpresas, incluso algunas de proporciones míticas. Pero los humanos tenemos talento para engañarnos a nosotros mismos. El escepticismo debe ser un componente de la caja de herramientas del explorador, en otro caso nos perderemos en el camino. El espacio tiene maravillas suficientes sin tener que inventarlas.


The Demon-Haunted World, Carl Sagan, 1995.