1.- Estoy contenta porque mañana iré a la playa y no me acuerdo de cómo es ni de cómo huele. Cuando era chica viví en La Paz, pero no guardo recuerdos... a excepción de uno, dónde puedo ver cómo alguien me tiene en los brazos y amenaza con mojarme. Supongo que ese, en caso de ser real, podría ser el primer recuerdo de mi vida. El segundo es cuando soplé las velas de mi cuarto cumpleaños, luego cuando me hice caca en los huaraches y no le dije a nadie, sólo los lavé en el lavadero y esperé en el sol hasta que secaran. No me parece una anécdota vergonzosa, tenía cuatro años, no veinte. Y aunque hubiese tenido veinte, tal vez no hubiera sido tan penoso; una vez, en el trabajo, dos chicas me han contado cómo han perdido la batalla y se han surrado en los pantalones. Me encantan esas historias, siempre me hacen reir.
2.- Ya fui a la playa y regresé. No me gustó. Hicimos un trayecto largo en una lancha que se convulsionaba y en la que sufrí porque sentía que se me salían los intestinos de pura nausea. Al menos estaba nublado, bonito. María Isabel dice que es malo quedarme con el recuerdo de una playa puerca con botellas de plástico en la arena. El viaje fue agotador, pero al menos me reí todos los días y ahora tengo un pantone más oscuro. La primera noche sobreviví a un ataque de escarabajos que parecían de madera y la segunda a una lluvia peligrosa y asesina. Contemplo la maizena en los hombros para no morir de ardor.