Cuando por fin logré entrar lentamente en un sueño, a una señora se le ocurrió tomar un micrófono y cantar con poca suavidad unas canciones muy feas, la fiesta de los vecinos empezó. Sólo me queda participar en la fiesta de manera anónima; no puedo pegar los ojos. Pasé la noche repasando pendientes, cuentas, buscando soluciones a problemas que no existen, abrazando al perrito, pensando en la película del ángel que se hace humano, y siendo muy infeliz.
Hoy tengo un humor horrible y todo me duele. Me duele la cabeza, los ojos, la panza, la vida.
Ay, cómo sufro.